Las perlas peregrinas by Manuel de Lope

Las perlas peregrinas by Manuel de Lope

autor:Manuel de Lope [Lope, Manuel de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1997-12-31T16:00:00+00:00


LA NOCHE ERÓTICA

De algún modo la noche se disolvió en alcohol, y las noches que de ese modo pierden consistencia acaban disolviendo conflictos más hondos, dejando un residuo de sedimentos granulosos, pánicos insolubles y ansiedad no amortizada. Kauffman se había tomado siete tónicas con ginebra en un lapso de tiempo que no podía precisar, porque lo mismo podían haber sido dos horas que cinco. En los altos rumbos de la ebriedad su espíritu carecía de referencias. Setenta veces siete pensó repetir aquel gesto, alzando el dedo y subiendo la voz: «Otra ginebra, Chim», y Chim terciaba generosamente el vaso con ginebra Bombay y ponía al alcance de la mano de Kauffman un botellín de tónica.

Ante sus ojos la terraza se había ido despoblando. Lo mismo que la muerte cosecha sus víctimas en silencio, las sillas de bambú fueron quedando desocupadas. Las mesas ostentaban vasos vacíos y ceniceros repletos. Las almas emigraron lentamente a otros paraísos y desde el taburete de la barra, ginebra en mano, Kauffman contemplaba aquella transmigración. En su pupila negra perduraba una imagen. En el punto más oscuro de su retina seguía grabada una escena que no podía borrar. Kiki Patas Blancas, de bruces sobre la mesa, volvía el ojo vidrioso y anunciaba: «Cuídate, Kauffman». Y Kauffman se repetía a sí mismo aquel mensaje. Intentó rememorar imágenes catastróficas. Recordaba haber visto un cadáver en un accidente de carretera. Era inútil. Patas Blancas volvía. «Cuídate, Kauffman». Únicamente la ginebra le refrescaba el pensamiento y le hacía olvidar. Para quienes no hubieran visto lo que él había visto el abogado tenía una palabra. Basura. La muerte puede caer sobre su víctima como un camión descargando basura y era doloroso saber que se puede morir agobiado bajo tanta inmundicia, de modo que la imperceptible evaporación de las almas en aquella terraza, en la suave noche madrileña, surtía, lo mismo que la ginebra, un efecto de consolación.

Chim le habló del otro lado del mostrador.

—Bueno, ¿eh?

—Muy bueno.

No sabía a qué se refería.

—Mejor el de Rita —dijo Chim—. Me gustan más redondos, más con forma de sandía, o de melocotón.

Kauffman adivinó que se refería al culo de una de las camareras. Iban y venían recogiendo vasos y Kauffman había perdido la cuenta de las veces que las había visto acercarse a la barra, vaciar la bandeja, recoger nuevos vasos, manejar botellas y sodas, y alejarse de nuevo, alzando la bandeja, casi ingrávidas, hacia lo que parecían ser los últimos confines de la noche, y desde allí emitir destellos o señales que Kauffman no lograba interpretar. Probablemente eran imaginaciones suyas. Patinaban con soltura, como si hubieran nacido con patines y no conocieran otro medio de transporte.

—La idea fue mía —dijo Chim cuando Kauffman se admiró en voz alta—. Ligan más con patines.

—¿Es cierto?

—Este mundo es muy perverso, tío —sentenció el pirata—. Cuál prefieres. ¿Rita o la de ayer?

Desde el fondo de la imagen que aún guardaba en su retina, Kauffman se hallaba en condiciones de admitir que el mundo era muy perverso, incluso mucho



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